
Tu libertad se gana, no se da.
Niños de seis años corren por las calles, lanzan piedras a los soldados y ondean banderas. «Es cosa de niños», podrías pensar.Pero bajo la superficie, cada niño muestra una comprensión humana fundamental: el valor de la libertad. De una vida donde se puede elegir. Y de la absoluta necesidad de luchar por ese derecho.

Segunda intifada, niños lanzando piedras a soldados israelíes.
Su cultura y su historia están en juego.
Cada niño, ya sea en Palestina o en cualquier otro lugar, nace marcado por las injusticias y los traumas de ocho décadas de ocupación del apartheid.
Cada niño hereda la herencia, la historia y las luchas generacionales de sus padres, abuelos y bisabuelos.
Cada palestino, en lo más profundo, siente que su identidad está en peligro de ser borrada y, en un solo momento, puede reconocer su deseo de preservarla.
Para mí, ese momento fue el 30 de septiembre de 2000, tenía 6 años y la segunda intifada acababa de comenzar...

Tu individualidad es eterna y nada más.
A última hora de la noche, observé a mis padres, angustiados, viendo la televisión. En la pantalla, un vídeo se repetía una y otra vez. En un instante, el padre se esconde desesperadamente tras una pequeña barrera de hormigón, intentando proteger a su hijo mientras el polvo de las balas rebota a su alrededor. Al instante siguiente, el niño yacía en el regazo de su padre.
Le pregunté a mi padre qué le había pasado al niño. «Ya está en el cielo, habibi».
El asesinato de Muhammad al-Durrah fue la primera vez que yo y muchos otros comprendimos lo que significaba ser palestino.
Que pueden quitártelo todo. Excepto quién eres.
En memoria de Muhammad al-Durrah y los más de 3.000 niños palestinos asesinados desde el comienzo de la segunda intifada.
